las montañas apalache (creepypasta)

Ethan era un joven excursionista que amaba perderse en los senderos de las montañas Apalaches. Una tarde de otoño, la neblina bajó más rápido de lo esperado y el frío lo obligó a buscar refugio. Tras horas caminando, encontró una pequeña cabaña de madera, vieja y torcida, que parecía abandonada desde hacía décadas.

El lugar no tenía puertas firmes ni ventanas completas, pero lo suficiente para protegerse del viento helado. Ethan encendió una fogata improvisada en la chimenea y se acomodó en un rincón, decidido a pasar la noche allí.

Cerca de la medianoche, lo despertó un sonido extraño. No era el viento ni los animales. Era un susurro.
—Ethan… —la voz arrastró su nombre como si viniera de muy cerca.

Se incorporó sobresaltado, mirando alrededor. La cabaña estaba vacía. Pensó que tal vez había soñado y volvió a recostarse. Pero el susurro regresó, más fuerte, más claro, junto a su oído:
—Ethan… abre la puerta.

El corazón se le aceleró. No recordaba haber dicho su nombre a nadie en el camino, y mucho menos a una voz desconocida.

Con la piel de gallina, giró la cabeza hacia la puerta de madera que se movía apenas con el viento. Entre las rendijas, alcanzó a ver una sombra quieta.

Temblando, preguntó:
—¿Quién eres?

La voz respondió con un tono dulce, familiar, casi maternal:
—Soy tu madre. Déjame entrar, hijo.

Ethan sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Su madre había muerto hacía más de cinco años.

El aire dentro de la cabaña se volvió pesado, como si faltara oxígeno. La sombra del otro lado empezó a rascar la madera con uñas largas, dejando marcas profundas.
—Déjame entrar… te he estado buscando…

Ethan retrocedió hasta el rincón más alejado. La voz ya no era dulce. Ahora sonaba hueca, rota, como si viniera desde una garganta podrida.

La puerta crujió y se abrió apenas, dejando entrar una mano gris, huesuda, con dedos demasiado largos. Ethan gritó y corrió hacia el bosque, sin mirar atrás.

Cuando amaneció, lo encontraron los guardabosques en shock, temblando, incapaz de hablar. Solo repetía una y otra vez:
—“Ella sabía mi nombre… estaba ahí… me estaba esperando.”

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