En las calles desiertas de un pequeño pueblo, cuando el reloj marca las tres de la madrugada, se escucha un lamento que hiela la sangre: “¡Ay, mis hijos!”. Los vecinos dicen que es el eco de una mujer que perdió a sus niños en el río hace más de cien años.
Una joven llamada Karla no creía en esas historias. Una noche, después de salir de una fiesta, decidió caminar sola por el camino que bordea el río. El aire estaba helado y una neblina espesa cubría la ribera. De repente, escuchó un sollozo lejano que fue creciendo, como si alguien llorara a pocos metros de ella.
—Debe ser un borracho —pensó nerviosa, intentando convencerse.
Pero entonces vio una figura blanca, con un velo cubriendo su rostro, flotando sobre el agua. Sus pies no tocaban el suelo. Karla quiso correr, pero sus piernas no respondían. El llanto se transformó en un grito desgarrador:
“¡AY, MIS HIJOS!”
El eco retumbó en su cabeza hasta casi hacerla perder el conocimiento. La figura giró lentamente hacia ella y, aunque el velo ocultaba su rostro, Karla sintió la mirada ardiente de unos ojos que no eran humanos.
Despertó tirada en el suelo, al borde del río. Nunca contó a detalle lo que vio, solo dijo una frase antes de mudarse del pueblo para siempre:
—Cuando escuches su llanto lejos… corre. Porque cuando lo escuchas cerca, ya es demasiado tarde.
🕰️ Origen de la leyenda
Se cree que la historia de La Llorona tiene raíces prehispánicas, mezcladas con la colonización española. Algunos relatos dicen que María representaba a mujeres traicionadas o espíritus vengativos de la tradición indígena, mientras que otros la describen como un ejemplo de castigo moral: una madre que traicionó su instinto protector.
Con el tiempo, su historia se mezcló con la cultura popular y se convirtió en una advertencia para los niños: no alejarse de casa, respetar las advertencias de los padres y cuidar a la familia.





