Daniela era fanática de La Rosa de Guadalupe. No se perdía un capítulo. Decía que siempre que aparecía la rosa en la pantalla, sentía esperanza de que sus problemas se resolvieran.
Un día, su vida se derrumbó: su mejor amiga murió en un accidente y Daniela entró en una profunda depresión. Esa noche, antes de dormir, le rezó a la Virgen de Guadalupe y pidió una señal.
Al día siguiente, al abrir su puerta, encontró una rosa blanca fresca en el suelo, sin que nadie se la hubiera dejado. Sonrió con lágrimas en los ojos. Lo extraño fue que, con el paso de los días, la rosa nunca se marchitó.
Daniela empezó a notar algo inquietante: cada vez que se acercaba a la rosa, el aire se volvía frío y escuchaba un susurro que decía su nombre. Una noche, despertó y vio a su amiga fallecida sentada en la esquina de su cama, señalando la flor.
—No es un milagro —le dijo con voz distorsionada—. Es un aviso.
Al día siguiente, Daniela tuvo un presentimiento horrible y decidió no ir a la universidad. Horas después, un camión perdió el control y chocó justo en la calle donde ella normalmente esperaba el transporte.
La rosa seguía en su habitación, más blanca que nunca. Daniela intentó deshacerse de ella, pero cada vez que la tiraba, aparecía de nuevo en el mismo lugar.
Con el tiempo, Daniela descubrió que la rosa no la estaba protegiendo… sino que le anunciaba tragedias. Cada vez que olía su aroma, algo malo ocurría a alguien cercano.
La última vez que la vio, la rosa estaba completamente negra. Aquella noche, Daniela nunca despertó.
Desde entonces, la habitación permanece cerrada. Pero los nuevos inquilinos de la casa cuentan que a veces, en la ventana, aparece una rosa blanca fresca… y que si la miras por demasiado tiempo, escucharás un susurro que te llama por tu nombre.





