Era mi primera noche como interno en el Hospital Juárez. Todo estaba en silencio, excepto por el zumbido constante de las lámparas fluorescentes. Tenía que vigilar a los pacientes de la sala de urgencias, y para ser honesto, estaba muerto de sueño.
A eso de las 3 de la mañana, escuché pasos suaves en el pasillo. Me asomé y vi a una enfermera de uniforme blanco impecable, tan almidonado que parecía recién planchado. Caminaba despacio, con la mirada seria, y llevaba una bandeja de metal en las manos.
Pensé que era una compañera de turno y volví a lo mío. Pero algo me inquietó: nunca la había visto en el área, y conocía a todos los que estaban de guardia. La seguí con la mirada mientras entraba en la habitación de un paciente en estado crítico.
Minutos después, salí de mi lugar y fui a revisar. El paciente, un hombre de edad avanzada que estaba conectado a oxígeno, parecía dormir plácidamente. Pero lo raro fue que su pulso había mejorado de manera increíble. Cuando le pregunté, me dijo con voz débil:
—La enfermera… me dijo que me iba a poner bien.
Revisé el libro de guardias para anotar lo ocurrido, pero nadie había registrado que ese paciente recibiera atención. No había inyecciones aplicadas, ni medicinas nuevas.
La noche siguiente, el hombre fue dado de alta. Los médicos no entendían su mejoría. Pero yo lo tenía claro: la enfermera que vi no era de este mundo.
Una semana después, pregunté a los empleados más antiguos por la enfermera de uniforme perfecto. Me miraron con seriedad y uno de ellos me dijo:
—Hijo… si su uniforme estaba tan blanco y planchado como dices, tú viste a La Planchada. Y si la viste, considérate afortunado. No todos tienen un encuentro bueno con ella.
Desde esa noche, cada vez que escucho pasos en los pasillos del hospital, mi piel se eriza. No sé si vuelve para salvar vidas… o para llevarse las que ya no tienen remedio.
🕰️ El origen de la Planchada
En el Hospital Juárez, de la Ciudad de México, hay una leyenda que pocos se atreven a contar en voz alta. Los pasillos de este hospital en las madrugadas se sienten pesados, el aire se vuelve frío y silencioso… como si alguien invisible estuviera vigilando.
Hace años, según cuentan los médicos más viejos, trabajaba ahí una enfermera llamada Eulalia, conocida por todos como “La Planchada” porque siempre llevaba su uniforme perfectamente limpio y almidonado, sin una sola arruga. Eulalia era estricta, profesional y extremadamente dedicada a sus pacientes.
Un día, se enamoró de un médico joven que la cortejó por semanas. Ella, ilusionada, le entregó su corazón. Pero el doctor solo jugaba con sus sentimientos. El día que ella descubrió que él estaba comprometido con otra mujer, algo en Eulalia se rompió. Dejó de cuidar a sus pacientes, comenzó a llegar tarde, y una noche, uno de sus enfermos murió por negligencia. La culpa la consumió. Poco después, la encontraron muerta en su dormitorio del hospital. Algunos dicen que fue suicidio.
Desde entonces, dicen que su espíritu no ha abandonado el hospital. Los pacientes cuentan que sienten una mano fría que les acomoda la sábana por la noche, o que ven una enfermera de uniforme impecable entrar a sus habitaciones para inyectarles algo. Pero lo más escalofriante es que al día siguiente, los médicos descubren que nadie en turno reportó haberlos atendido.
Algunos pacientes muy graves aseguran que La Planchada les habló con dulzura, les dijo que todo estaría bien… y, misteriosamente, amanecieron sanos. Pero otros no corrieron con la misma suerte. Hay quienes cuentan que si la enfermera te mira con desprecio, es porque no vas a salir del hospital con vida.
La próxima vez que visites el Hospital Juárez y escuches pasos en el pasillo cuando todos duermen, recuerda: puede que no estés solo.





