Nunca olvidaré la noche en que me atreví a entrar a La Casa de las Brujas, en la Colonia Roma. Había escuchado las historias desde niño, pero siempre pensé que eran exageraciones.
Eran las 11:30 p.m. y la calle estaba desierta. La fachada de la casa parecía mirarme con sus ventanas oscuras. La puerta estaba entreabierta, como si me invitara a pasar. Respiré hondo y crucé el umbral.
Adentro todo olía a polvo y humedad. Mis pasos crujían en el piso de madera y el eco sonaba como si alguien más caminara detrás de mí. Subí las escaleras y escuché un susurro, muy cerca de mi oído:
—¿Por qué entraste?
Me quedé helado. No había nadie.
Llegué al segundo piso y vi una silueta moverse por el pasillo. Corrí tras ella, pero cuando llegué, lo único que encontré fue una puerta de madera medio abierta. Empujé despacio… y vi el ático.
Dentro había velas negras consumidas, restos de animales y símbolos pintados en las paredes. El aire era tan denso que costaba respirar. De repente, las velas se encendieron solas. Y ahí estaba: una anciana encorvada, de ojos negros, sonriéndome.
No podía moverme. Sentí que algo me empujaba hacia ella. Entonces escuché gritos, pasos en las escaleras, golpes en las paredes… y la risa de una mujer, tan fuerte que casi me reventó los oídos.
Corrí como pude. Bajé las escaleras, pero algo extraño pasó: no encontraba la salida. Daba vueltas y vueltas por el mismo pasillo, las mismas puertas, las mismas escaleras. Era como si la casa no quisiera dejarme ir.
Finalmente, logré salir. No recuerdo cómo. Cuando volteé, las luces del ático seguían encendidas y vi a la anciana asomada por la ventana. Estaba sonriendo.
Desde esa noche, veo sus ojos negros al cerrar los mios
el origen de La Casa de las Brujas
En el corazón de la Colonia Roma, en la Ciudad de México, se levanta un edificio antiguo conocido por todos como La Casa de las Brujas. Su arquitectura de estilo europeo, con techos puntiagudos y ventanas angostas, ya es lo suficientemente inquietante, pero es su historia la que ha hecho que se gane su nombre.
Dicen los vecinos más viejos que, en los años 30, vivió ahí una mujer llamada Bárbara, famosa por sus conocimientos de herbolaria y espiritismo. La gente iba a verla en busca de curas milagrosas o para pedir favores… pero no todo lo que ella ofrecía era gratis. Muchos aseguraban que practicaba brujería, que hacía rituales en el ático del edificio y que por las noches se escuchaban rezos en lenguas extrañas y gritos ahogados.
Con el tiempo, varios inquilinos desaparecieron misteriosamente. Algunos fueron encontrados muertos en los pasillos, otros nunca aparecieron. El edificio fue desalojado, y desde entonces nadie ha logrado habitarlo por mucho tiempo.
Hoy en día, quienes pasan por ahí afirman escuchar pasos en las escaleras cuando el edificio está vacío, risas de mujer en la madrugada y ver sombras que se mueven en las ventanas. Algunos aseguran haber visto a una anciana asomarse desde el ático, con los ojos completamente negros, observando a los transeúntes.
Incluso los trabajadores que han intentado remodelarlo dicen que las herramientas se mueven solas, que sienten que los observan y que en ocasiones el aire se vuelve tan pesado que es difícil respirar.
Si alguna vez visitas la Colonia Roma y te atreves a acercarte, mira bien las ventanas del último piso… pero ten cuidado, porque cuentan que quien sostiene la mirada de esa bruja demasiado tiempo puede terminar perdiéndose para siempre en sus escaleras, atrapado en un bucle del que nadie regresa.





